tu odisea al despertar
no lo dudes: hay camino,
aunque esté por desbrozar.
Pues la andadura es tu sino
y hay empeño en arribar,
paso a paso, sin desánimo,
a Javier vas a llegar.
Caminante, sí hay camino,
pero hay que querer andar.
Era domingo. A pesar de los amenazantes nubarrones que presagiaban lluvia, nos dirigimos a la zona histórica para dar el acostumbrado paseo que realizamos cuando viajamos a la capital cacereña. En esta ocasión, obviamos los lugares en que se ubican los magníficos edificios de visita obligada de los numerosos grupos a los que acompañan los incansables guías locales.
Decidimos perdernos por algunos de los recónditos espacios menos concurridos que poseen ese encanto de los rincones solitarios plenos de colorido y de historia que tanto abundan en esta ciudad. Cáceres nunca defrauda.
Comenzamos a recorrer callejuelas ya olvidadas hasta llegar a la Puerta del río, la entrada monumental más antigua que se conserva de las murallas.
Continuamos por la calleja del moral, una empinada callejuela de ruejos y penetramos en el barrio de San Antonio con unos preciosos rincones cercanos a su ermita, la antigua sinagoga.
Sí, Dorita, te fuiste de improviso.
Sin pensarlo dos veces. Con premura.
Harta de internamientos y subidas
al hospital. Hastiada de unas pruebas
que nada traslucían, descubriendo,
más tarde, lo que nunca imaginaste.
Transcurridos tres meses, continuamos
recordando tu vívida presencia.
Tu pausada sonrisa permanente
convive con tu ausencia en paralelo,
unida a la memoria amortiguada
de tu rostro. Descansa en paz, Dorita.
Felipe Tajafuerte. 2023